Por Guido Carelli Lynch
Las presentaciones de libros son como los casamientos o los funerales. A nadie le importan demasiado salvo que esté relacionado directamente con el protagonista del evento. O claro, hasta que los asistentes se embriagan gratis. Pero siempre aparecen esas excepciones que confirman la regla, que pueden ser epifánicas o simplemente extrañas. El lunes pasado había que ver a una periodista caminando perdida por los pasillos de un famoso hotel alojamiento en Núñez. Sola y con un libro, resultaba obvio que no buscaba cariño. Buscaba la presentación de la novela El telo de papá, de Florencia Werchowsky.
Una empleada del hotel, del albergue transitorio, del telo –como prefieran– guió a la periodista hasta el estacionamiento en el primer piso. Allí había demasiada gente reunida para la presentación. Cualquiera podía darse una vuelta por uno de las lujosas o lujuriosas habitaciones. Siguió llegando gente. Por el ascensor del telo subían y bajaban de a tres personas, a veces más. Con demora y vino empezó el show. Ñunco, el padre de la escritora, el propietario del telo de pueblo que inspiró en buena medida la primera novela de Werchowsky, rompió el hielo y se robó la noche. “Me sacan de un telo de Río Negro y me traen a uno en Buenos Aires”. Y enseguida arremetió: “Lo bueno es que acá puedo hablar a calzón quitado”. Hablaba de su hotel: “el primer telo artes-anal de la zona”. El público lo vivaba. “Es un stand-up” “¡Que no pare nunca!”. El no decepcionó y fue por más. Y anunció ahí mismo que se casaría próximamente en México con la madre –“la autora intelectual”– de la escritora, a quien después le cedería la palabra. Se rompió una copa, alguien gritó “¡Mazel Tov!”. Y la ceremonia siguió. Werchowsky reveló la preocupación de todo un pueblo que quería saber si sus secretos estaban a salvo o publicados, alguien también citó por primera vez al filósofo húngaro Georg Lukács en un telo. El mundo no estalló.
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