ENTREVISTA EN RADAR LIBROS.
Por Juan Pablo Bertazza / Foto Xavier Martín Antes que nada, una aclaración: pese al título y la sugestiva foto de solapa de su autora, este libro no se adscribe en el boom de la literatura erótica que se impuso desde la aparición de Cincuenta sombras de Grey. Pero, de todas formas, la sincronía resulta notable: una ópera prima, un debut literario que habla precisamente de la historia de un albergue transitorio, el Cu-Cú, que ostenta el privilegio de ser uno de los primeros de la Patagonia.
Aunque Florencia Werchowsky lo vivió de chiquita, fue entendiendo muy de a poco qué significaba ese lugar por donde pasó casi todo el pueblo aunque algunos no lo reconozcan, ese hotel que no se parecía a los lugares donde ellos vacacionaban, que tenía cosas distintas, como un monitor tapado con una franela, donde se controlaba la proyección de dos películas porno.
Los diversos trabajos que Werchowsky tuvo a lo largo de su joven vida dejaron su marca a la hora de hacer este libro: de su ingreso como bailarina del Colón, parece haber adquirido la disciplina para encarar y terminar el libro; de su trabajo como periodista, cierto registro vertiginoso que se plasma en capítulos breves y contundentes, mientras que de su trabajo como publicitaria parece haber sacado la virtud de captar la atención del lector. Florencia Werchowsky, que actualmente vive en México, aun baja la voz cuando pronuncia la palabra “telo” pero, al mismo tiempo, define magistralmente lo que significa ese hotel alojamiento que aún hoy persiste en la ruta 6, en Río Negro: “un hotel alojamiento era una apuesta épica, un espacio para provocar, para despabilar. El refugio de los amantes de la zona, los casados, los infieles, los solteros, locales y de otras ciudades, los viajantes y los viajeros”.
“El telo pagó todo. Mi educación, los alquileres, es algo épico que al mismo tiempo está naturalizado. Mi papá lo vive muy épicamente, los demás se burlaban y teníamos que aprender a sobreponernos a esa condena pública, ahora mi papá es viejo verde, judío, peronista y loco, en eso hay épica, en no moverse de esa postura” explica.
Pero Cu-Cú es más que un telo; su dueño supo resumirlo bien con un implacable slogan: “Ayudamos a poblar la Patagonia”. También es una especie de símbolo de cualquier pueblo de la Patagonia, a tal punto que la historia de este pionero hotel alojamiento que tantas veces relató Florencia en reuniones y fiestas de todo tipo, también cuenta la microhistoria de sus habitantes, porque el Cu-Cú atravesó todos los cambios sociales y de gobierno, modificaciones en la infraestructura del lugar y, por supuesto, también un vuelco de mentalidad, ya que poco a poco fue ganando cierta aceptación por parte de los parroquianos, quedando indemne incluso a la aparición de otros hoteles modernos, temáticos, sofisticados. De hecho, en los comienzos hubo en sus puertas manifestaciones y hasta misas para condenar su existencia: “Hoy el telo es un punto de referencia geográfico y social, pero sigue generando ciertas incomodidades porque las prácticas que el telo permite la sociedad las sigue reprobando, está como testigo de algo que ocurre que no queremos que ocurra pero tampoco lo podemos evitar”.
El telo de papá reúne historias de infieles, historias de prostitutas que hacen sus acuerdos con el dueño para obtener algunos beneficios, y también algunas anécdotas sabrosas como la de una redada contra narcotraficantes o la fatídica noche de una empleada de peaje que —como se suele contar en las leyendas urbanas— llevó a su amante maduro al hotel, quien se terminó muriendo encima de ella. Pero también hay lugar y habitaciones en El telo de papá para las miserias familiares, escándalos provinciales y hasta un incendio similar al que sufrió el Cinema Paradiso, todo lo cual se va enhebrando en este libro cuyos capítulos parecen estructurados casi como turnos, en tanto tienen algo en común pero al mismo tiempo mantienen cierta autonomía.
Entre tanta microhistoria hay un horizonte político que este libro explora de manera muy potente. Uno de los capítulos, de hecho, habla de la llegada de Carlos Menem al pueblo, durante su primera campaña presidencial, y hasta hay una foto de Florencia con el ex presidente que le pidieron para ilustrar la edición pero que ella se rehusó a utilizar: “Mi papá es militante peronista desde siempre y estaba muy entusiasmado con Menem; me sacaron fotos que salieron en el diario y es un bochorno, no quise incluirla porque me parecía yeta, y era incomodar a los demás con algo que ya me incomodaba mucho a mí. Es cierto lo de la política, aunque la verdad que no lo había pensado, hay algo de caudillismo patagónico en este libro, de aprender a sobrevivir en la sociedad con otras reglas, el peronismo como vaivén emocional y también hay algo muy romántico en cómo esos hombres del sur se embanderan y salen a conquistar otras tierras”.
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